Iba yo por la calle de bajón, así que para animarme me dio por saltar al son de una canción. Supongo que pillé un autobús de vuelta al pueblo, porque recuerdo intentar apearme y si no lo pillas ¿cómo lo haces para bajarte de él?

La cuestión es que saqué la tarjeta un nanosegundo tarde, por lo que la conductora no cerró las puertas. Yo veía a mis amigos alejarse riendo, mirándome mientras yo me dirigía a donde la conductora para decirle si era posible que me bajara -era la parada que está junto a mi casa-. Sin embargo, el autobús era una oficina repleta de gente con inquietudes. Noté una mirada clavándose en mí, ante lo cual respondi girándome y mirando a quien me observaba. Era un chico que comenzó a hablar conmigo, preguntando dudas. Yo ya di por perdido mi turno en la oficina así que poco a poco me dirigí hacia la salida. Me fijé en lo que parecía una nube, pero resultó ser parte de una estatua. El chico -cuyo nombre ignoro- y yo éramos para entonces inseparables. Salimos a la calle a dar una vuelta cuando 4 bengalas le acertaron al chico en el cuello. Tengo que decir que las bengalas eran muy raras, la punta la tenían de cera, el cuerpo como si fuera pita de pescar y el final como una flecha.

El chico, cayó por el impacto, me busco con la mirada, corrí hacia él y me dijo que se iba a morir. Yo le saqué las bengalas de un tirón, con lo que quedaron visibles 4 cortes de unos 2cm. Ya podéis imaginar la escena, yo llorando y el sereno. Aunque, de repente, me dijo que no, que no moriría. Así que yo lo abracé con todas mis fuerzas, apoyé mi cabeza en su pecho y escuché los latidos de su corazón, apreciando cada instante de la vida que emana.