Érase una vez una cárcel a un centro comercial pegada...

Estoy en un centro comercial del tamaño del almacén de Macy's con mi amada hermanísima. Lo curioso del sitio es que para subir al piso de arriba solamente hay escaleras y tienes que cruzar todos los pisos de un lado a otro. De modo que subimos todo (supongo, pues no me acuerdo) y a la vuelta paramos en el piso de los minerales y cristales. Impresionante. Me quedo mirando todas y cada una de las piedras y para cuando me doy cuenta mi hermana ya no está en este piso.

Dejo de mirarlo todo y bajo corriendo hasta el siguiente piso. La cárcel. Ahí me junto con una chica de mi edad aproximadamente que siente tanto miedo como yo con la idea de pasar por la cárcel y ver todas las celdas. Nos dejan entrar a unas siete personas, todas asustadas. De repente, mi compañera se da cuenta de que una celda está abierta. Se nos acelera el corazón. El preso puede estar ahí. Puede estar armado.

Echamos todos a correr al parking, la salida se encuentra -ley de Murphy- en la otra punta. Pasamos al lado del que ha huído y no nos damos cuenta. Él comienza la persecución, ya que de otro modo los de seguridad se darán cuenta de lo que ocurre. Mata a todos mis compañeros y se dirige hacia mí, cuando mi instinto de supervivencia hace "¡click!", paro en seco y me pongo a caminar.

Entonces, él, un tipo oriental de unos 25 años, me dice que lo ayude a huir que no me quiere matar. Yo le digo que finja que es mi novio, él asiente. Marchamos.

Peleando bajo el hielo

Hace mucho que no escribo. Últimamente no recuerdo apenas nada de mis sueños. Quizá es porque duermo mejor, quizá es porque duermo menos tiempo, o quizá una época sin más. De todas maneras hace unos días tuve un sueño y, aunque recuerdo un trozo pequeño, es hora de escribir de nuevo.

Era la noche de un sábado. Estaba con unos amigos de fiesta, tomando algo a la puerta de un bar, apoyados en el coche que algún incauto dejó a nuestra disposición. Cuando más disfrutaba de la charla, apareció alguién. No sé quién era, no recuero su cara, pero de alguna manera supe que era mi archienemigo. Me dijo que ya era hora de arreglar cuentas. Yo asentí con la cabeza y emprendimos la marcha hacia el lugar del combate. Los dos íbamos impasibles, no nos mirábamos, no flaqueaban nuestras piernas. Sabíamos que esto iba a pasar.

Subimos por una cuesta muy empinada hasta lo alto de un pequeño monte. Allí habia una explanada cuadrada, como si estuviera preparada para nosotros. Por la parte contraria a donde subimos se veía toda la ciudad hacia abajo, y un enorme cielo despejado hacia arriba. Yo estaba de frente a ésta vista, mirando a mi archienemigo. Él hacia lo propio. Los dos llevábamos esperando esto mucho tiempo...

De repente se hizo de día y algo se encendió en el cielo. Era el sol, pero ardía envuelto en llamas. El sonido de la quemazón retumbaba en mis oídos. Mi archienemigo y yo nos miramos, confusos. ¿Habiamos provocado nosotros esto? No nos dió tiempo a pensarlo mucho. En un momento el sol estalló en una especie de fuego azul. Se convirtió en una bola de hielo, congelando el cielo, los edificios, e incluso el suelo bajo nuestros pies.

Corrimos cuesta abajo. Tendríamos que saldar cuentas en otro momento. Había que averiguar qué estaba pasando...